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PRENSA |
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Este
sábado, en este departamento del Centro, lo
que corre es la clásica birra, sin parar.
Alguien sube el volumen de la música y el
cotorreo aumenta de volumen también. La idea
es pasar un rato agradable y después ir a
bailar: una despedida "tranqui", a pedido de
la agasajada. Entonces, a eso de las once de
la noche, suena el timbre. La dueña de casa
no es otra que la novia, una pelirroja de 29
años, que después de dos años de convivencia
se decidió a firmar los papeles. La futura
señora sube una ceja, extrañada, y va a
abrir la puerta: no falta llegar ninguna
invitada, no sabe quién puede ser. Cinco
segundos después, vuelve con las mejillas
arrebatadas, anunciando que los agretas del
5" A llamaron a la Policía por ruidos
molestos: la pelirroja está montando en
cólera y las amigas en pánico, y saltan de
sus sillas ante esta amenaza que pone en
peligro el festejo. La única que sonríe con
disimulo es Andrea, una amiga que se encargó
de la organización.
El policía es gordo, panzón, pero es amable.
Tiene onda. Pregunta si puede pasar,
mientras empieza a hablar sobre la
importancia de mantener una buena
convivencia y recuerda las contravenciones
vigentes contra los disturbios vecinales.
Las chicas escuchan sin abrir la boca,
pensando en el test de alcoholemia. El gordo
se desabrocha el primer botón del uniforme
con una mano, como si tuviera calor y con la
otra se saca la gorra y la golpea
rítmicamente contra el muslo: las chicas
intercambian miradas, sueltan algunas
risitas, nadie entiende nada. Es la señal:
desde atrás, Andrea pone la música propicia
y, ante el estallido de jolgorio general, el
policía se afloja el cinturón y se empieza a
desnudar... hasta quedar vestido de
conejita, con pompón en la cola y todo.
A esta altura, son un clásico
institucionalizado: casi no hay despedida de
soltera sin estríper. Buscando darle una
vuelta de rosca a los shows convencionales,
sin embargo, Damián Donnangelo creó una
empresa (www.showdestripper.com.ar) que
ofrece una versión humorística, bizarra y,
en el fondo, muy femenina del asunto, ya que
la mayoría de las chicas, enfrentadas al
meneo hasta del más musculoso de los
paquetes o del más aceitoso de los
pelilargos, casi siempre terminamos
riéndonos, aunque sea de puro ataque de
histeria, para soltar la tensión. Así que
imagínate este tercer escenario que visitó
Cosmo: cuando suena el timbre, lo que traen
es un regalo de las amigas para la novia,
una caja de aproximadamente un metro veinte.
La novia levanta la tapa y de adentro
sale... ¡un estríper enano!, que baila con
todas, se saca fotos y va revoleando la ropa
hasta quedar en slip (y no más,
aclara Donnangelo, con lo cual, lamentablemente, no
será posible
confirmar el famoso mito de la
"L" invertida). "Después de ocho años de
hacer esto y
hablar con las chicas,
encontramos
la veta", comenta el empresario,
que también ofrece
strippers "clásicos",
aunque llegan vestidos de Shrek, como ogros
verdes,y-¡atención!-estrípers negros comoel
ébano, un homenaje a la más extendida de las
fantasías del mujerío. "El gran punto a
favor de que el estrípers venga a tu casa es
que podes hacer participar a todas las
invitadas, cosa que en un boliche donde hay
300 personas es imposible", señala
Donnangelo. Además, dice, "cada despedida es
un mundo y a cada chica los estrípers le
pegan distinto", así que bien se puede
optar, digamos, por empezar por el XS para
descontracturar y después seguir con el
morocho XL hasta el final...
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0800-STRIPPERS
A Damián Donnangelo lo puede encontrar en
cualquier lugar que se imagine. En la casa
de un amigo. En una fiesta de 15. En un
hotel cinco estrellas. En un piringundín de
mala muerte. Donnangelo es uno de los pocos
y primeros representantes de un oficio en
ascenso: el delivery de strippers. "El strip
se masificó", dice Donnangelo, mechas al
viento, recién salido de la ducha. "Hoy nos
contratan desde fiestas de 15, hasta
cumpleaños de señoras de 85, donde hay
bisnietos corriendo por ahí. No hay límites.
Mis amigos me dicen: 'Qué lindo curro que
pegaste'. Pero esto tiene sus inconvenientes
como cualquier trabajo."
Donnangelo trabajó durante dos años en el
Golden, el local de strip para mujeres y,
después de ver tanto pito colgante, le vino
una idea genial. ¿No sería mejor y más
provechoso, se dijo, un pito colgante en la
comodidad del hogar, en vez de tenerlo en
medio de una muchedumbre vociferante y
hambrienta precisamente de objetos
colgantes? "La clave de mi trabajo es la
participación", dice hoy el surtidor de
strippers. "Si vas a una disco, excepto que
sea tu cumpleaños, o tu despedida de
soltero, es raro que te hagan subir al
escenario y participar. Cuando vas a las
casas, esto es mucho más fácil. Además, a
las que quieren, les ofrecemos clases de
strip."
Desde su página en Internet -www.showdestripper.com.ar-
, tiene staff para repartir: bailarines,
bailarinas, negros, gordos y enanos. Este
cronista le pregunta a cuánto asciende en el
mercado la tarifa de un enano bailarín.
Donnangelo achina los ojos y repasa
mentalmente la lista de precios, como si
revisara una carta de vinos. "Son 350
pesos.” ¿Y a cuánto la bailarina común y
silvestre? "250 pesos el show. Y el negro
300. Es que los enanos son más difíciles de
conseguir. Hasta me contrataron a uno para
una fiesta llena de modelitos."
Usted se preguntará, al igual que este
cronista: y el stripper gordo, ¿tiene
trabajo o, paradójicamente, se muere de
hambre? "Labura, no te creas. Es que el
gordo Esteban le pone onda. Andrés Calamaro
le dedicó el tema “Sexy barrigón”. Él entra
vestido de policía y la gente se cree que es
un poli de verdad. Después sale de conejita
y se queda bailando con las chicas hasta el
final del cumpleaños. Es pura actitud, el
Gordo." En tiempos de fiestas, Donnangelo
tiene un promedio de cien contrataciones al
mes -llegó a tener diez en una noche-. Un
reconocido sindicalista le pidió una decena
de chicas strippers para su cumpleaños. Y el
dueño de una financiera lo contrató para que
dos bailarinas lucharan en el barro. "Cuando
el tipo vio la escena", Donnangelo tapa una
risita, "se metió también."
El delivery de strippers no conoce fronteras
geográficas ni sociales. Recibió pedidos
desde Misiones a Río Gallegos. A Donnangelo
lo llaman del country Nordelta, gringos
cineastas que se albergan en la mansión del
Ceasar Park, y hasta de Villa Diamante y
Fuerte Apache. "A Fuerte Apache ya fuimos
cuatro veces. La primera, no sabíamos que
era ahí. Me dijeron simplemente que era en
Ciudadela. Cuando llegué, nos esperaba un
auto para hacernos entrar. Fue para festejar
un día de la madre. Una vez dejé el auto
estacionado y estaba preocupado porque no me
lo afanaran. Le pregunté al pibe que nos
contrató y me dijo: 'Quedate tranquilo,
flaco, estás con nosotros'. Y tenía razón:
nunca nos pasó nada."
A diario, Donnangelo debe responder a una
pregunta ingrata: las strippers, llegado el
caso, terminado el baile y con ayuda de una
tarifa extra, ¿pueden intercambiar fluidos
con el cliente? "Es la pregunta del millón.
Me la hacen todas las noches y yo respondo
siempre lo mismo. Las chicas bailan y se
van. La mayoría no trabaja. Para mí sería
terrible que lo hicieran, porque acostándose
ganarían mucha más plata y yo me quedaría
sin bailarines. No tendrían tiempo para
cumplir con los pedidos de strip. Un cliente
me dijo: 'Tomá la llave de mi 307, pero
dejame la chica'. Y no. Soy intransigente.
Tengo que cuidar mi negocio." |
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